lunes, 9 de noviembre de 2009

Artículo revista cultural "Amsterdam Sur" (2009)

INSÓLITO ENCUENTRO CON UN PINTOR BOHEMIO

Rafael Martínez-Cañavate

Aquella tarde, decidí acceder a la cita con mi amigo Fernando, que en varias ocasiones me había ofrecido para mostrarme sus cuadros. Su soltería y buen sueldo le permiten tener esta afición de coleccionar obras de arte, siempre asesorado por las opiniones de personas versadas e influyentes en el mundillo de la pintura, y que le garantizan la revalorización en un futuro incierto y quizá no tan próximo. Cuando llegué a su piso frente a la plaza de toros del Puerto de Santa María (Cádiz), me sorprendió la cantidad de cuadros que, cubrían por completo las paredes, y otros descansaban amontonados en espera de un hueco donde poder ser expuestos. Me alegré al ver entre sus muchas maravillas pictóricas, el que le regalé hace años. Este no se merece ni mucho menos tan destacado lugar en el salón de su casa. Es de los primeros que pinté, allá por el año 1994. Y creo que ignora, que se trata del plagio de un Van Gogh, que realicé en aquella época en la que comenzaba a aprender la técnica de los pinceles y el óleo, a base de copiar a los grandes maestros. Ahora comprendo que esa práctica carece de creatividad, aunque el resultado pueda llegar a ser decorativo.
Entre los lienzos que colgaban en aquel salón, especialmente había uno que llamó mi atención: se trataba de un cuadro vertical, con medidas aproximadas de 90x40 cm, en el que había representado en un estilo más bien impresionista, en la parte baja, una vieja barca escorada, con el pantoque de babor reposando en la húmeda arena de la playa. Al fondo, y en la parte superior del lienzo, donde se vislumbraba el horizonte, se apreciaban unas nubes, que descargaban lluvia, sin haber llegado todavía al primer plano, donde se situaba la barca. Lo que más me llamó la atención, fue la luz que inundaba con sus múltiples matices toda la escena, y la profundidad, que nos permitía apreciar la lejanía de la lluvia que inevitablemente llegaría pasado un tiempo, empujada por el viento que con rápidas y decididas pinceladas se intuía, en la dirección donde nos encontrábamos en aquel lugar de la playa. Espacio, atmosfera y tiempo, reunidos en tan diminuto espacio, me hicieron pensar en que el autor de tal maravilla sería un gran pintor, que dominaba el problema de la perspectiva aérea. En la firma que parecía dibujada, se apreciaba una grafología especial, propia de una persona meticulosa en la finalización de sus obras. Memoricé el nombre del pintor de origen berebere y continuamos contemplando el resto de los cuadros que se coleccionaban en aquel piso.
Reconozco que en varias ocasiones me inundaron elucubraciones oníricas en las que me veía envuelto por aquella luz y la lluvia en la lejanía. Aquello me obsesionó tanto, que hasta tuve la osadía de intentar representar con mis pinturas algo que pudiera parecerse, sin llegar jamás, a lograr el efecto de la perspectiva alcanzada por aquel maestro, cuyo nombre, por mas que me esforzaba en recordar olvidé en la lejanía de los tiempos.
Transcurrido mas de un año de aquella experiencia, me encontraba pasando unos días de verano, en un pequeño pueblo de Extremadura. Allí, ojeando un periódico atrasado del Diario de Cádiz, al llegar a la sección de arte, me leía el articulo que hablaba de un pintor, que exponía en la galería Artica en la calle San Juan de aquella ciudad, una colección de cuadros que versaban sobre las curiosas esquinas de Cádiz, rematadas con cañones antiguos colocados en vertical, el cual se consideraba “discípulo” del maestro de la pintura Hassan Benssiamar. ¡Bingo!. Cuando leí aquel nombre recordé sin lugar a dudas la firma dibujada de aquella obra de arte, que a tantas introspecciones me había sometido. A partir de aquel momento, no descansaría hasta conocer personalmente a la persona que había sido capaz de lograr transmitir con sus pinceladas ese espacio etéreo con tanta belleza.
Como no me fío de mi buena o escasa memoria según le dé por tomar uno u otro derrotero, esta vez anoté el nombre, y al llegar a Cádiz después de pasar unos días de reposo, me puse en marcha, siguiendo a esa fuerza interior que me llevaría inexorablemente a contactar con H.Benssiamar.
Lo primero que hice fue conseguir el número de teléfono de aquella galería, cuyo propietario, curiosamente era hermano de mi amigo Fernando. Le pedí que me facilitase poder tener una cita con aquel pintor, a lo que accedió de buena gana, aunque no comprendía qué interés podía llevarme quizá, a perder el tiempo. A través del dueño de la galería, tuve mi primera cita a ciegas, con el autor de aquella obra, por mi tan sólo conocido a través de su firma. Quedamos en la trastienda de aquel lugar, donde se exponían varios cuadros del pintor al que ansiosamente esperaba conocer aquella calurosa tarde de verano. Contemplando sus maravillas pictóricas, me reafirmaba en mi positiva opinión artística.
A veces la mente nos lleva por caminos que resultan no tener nada que ver con la realidad. En aquella ocasión, esa característica propia del raciocinio humano, de intuir la situación antes de que ocurra, fantaseaba en el fondo de mis pensamientos como si me obligara a conocer a un gran hombre de raza árabe, arrogante y vestido con chilaba.


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Nada más distinto a la realidad, que se me presentó de cara, al poco rato de estar esperando, al entrar en la galería un hombre enjuto, mas bien de mediana estatura, vestido con el chaleco sin mangas de un traje de chaqueta, unas viejas sandalias y un sobrero de paja, del que no se llegó a desprender en el resto de la tarde. Su ligero tambaleo advertía unas copas previas a nuestra cita. Nada mas verle, se borraron aquellas absurdas imágenes que previamente había imaginado, y sin necesidad de hacer las presentaciones protocolarias, tuve la certeza de encontrarme ante el maestro, tan esperado.
Con la conversación y actitud de aquel hombre, que abrió su corazón sin dobleces, como si me conociera de toda la vida, fui consciente de hallarme ante uno de los pocos ejemplares en extinción, de auténtico bohemio, cuya vida giraba en torno a la pintura. Intuí que una gran soledad, inundaba su existencia poniendo limites, a la expansión de su creatividad. En la actualidad, ese abandono es agua pasada. Ha vuelto a conocer el amor de una mujer, que presumiblemente le ha devuelto el equilibrio emocional, indispensable para extraer lo que cada artista tiene oculto en el fondo de su ser.
Un pequeño grupo de admiradores, que soñamos con crear algo hermoso, bajo los auspicios de Hassan Benssaimar, nos consideramos los herederos y auténticos privilegiados, por recibir parte de sus enseñanzas. En ciertas ocasiones le hemos visto pintar entrando en un éxtasis exclusivo y propio de los grandes maestros. Y entonces hemos sido conscientes de que todo el potencial del arte no es transmisible. Lo principal, debe de nacer de nosotros mismos y no está reservado para todos. Algunos se quedaron en la cuneta del intento. Los demás permanecemos fieles y con la esperanza de que algún día, crearemos algo bello que perdurará en el tiempo.
Deseo que Hassan, no pierda su carácter bohemio y generoso, que percibí en aquel extraño encuentro, ocurrido hace más de cuatro años, marcando mi vida de forma indeleble. Mi amistad y admiración sobre este gran maestro de la pintura, ha ido creciendo desde entonces.
Hoy, con mi especial reconocimiento a Hassan Benssiamar, sólo he querido compartir estas letras en las que esbozo con cierta retórica, una experiencia que nunca olvidaré y de la que siempre me sentiré orgulloso.
Alarcón, año 2009

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